Presentación | Breve introducción
Me llamo @HomoMisantropus en redes sociales, de veintitrés años. Soy de un pueblo de Andalucía donde actualmente vivo con mis padres. Como se puede constatar por mi foto de perfil, me encanta Detective Conan, sobre todo por los recuerdos de cuando era pequeño y me sentaba a ver la serie mientras anochecía en los días de otoño e invierno. Desde los JJOO de Atenas, me fui aficionando a la geografía y a la vexilología (estudio de las banderas) hasta el punto de poseer un gran conocimiento, jugando luego a dar clases a familiares y a otros niños. También me fascinaban más materias como la astronomía, la mitografía griega y egipcia, la paleobiología y la historia, entre otras. Aprendía por cuenta propia y eso me acarreó muchos problemas en el colegio, llegando a perder el interés por todo, enganchándome a los videojuegos. Mis notas, por lo general, eran mediocres porque tendía a no hacer los deberes. Cabe decir, además, que me hacía estar alegre escribir cuentos y obras de teatro y tocar instrumentos. Hoy estoy estudiando Historia del Arte, abandonando anteriormente Historia y luego Filología Hispánica.
Aún sigo sin saber qué seré en esta vida, puesto que son innumerables las aspiraciones que tengo y siento por igual, por lo que me está resultando espinoso priorizar y esto a mi edad supone un serio problema. Me encuentro perdido y cada cierto tiempo mi atención se dirige a una ocupación en concreto como puede ser la de profesor, la de bombero forestal, la de actor, la de músico. la de escritor, la de director escénico, la de atleta, la de guionista, la de criminólogo, la de orientador escolar y tantas otras. Casi nunca he tenido constancia para conseguir algún objetivo. Como hecho anecdótico, hace dos años estuve meses entrenándome para llegar a ser gimnasta, pero aquello no fue a buen puerto, ya que obviamente la gimnasia artística se comienza a practicar desde niño y no con una edad avanzada. Me costó asimilarlo y volví a engordar por la frustración. No sé qué haré a partir del curso siguiente, pero estoy pensando en irme a Granada a compaginar mi actual carrera con Literaturas Comparadas, lo más seguro, para abrirme a la investigación en los estudios bizantinos y neogriegos o para dedicarme principalmente al teatro. Habría más opciones, como volver a Historia, aunque creo que las dejaré para más adelante. Antes tengo que lograr encontrar una solución a mi situación económica y sacar la máxima nota posible este curso. En tu caso, ¿cómo y cuándo recibiste tu diagnóstico neurodivergente (autismo)? ¿Surgió alguna dificultad para conseguir el diagnóstico?Bueno, la historia es larga y resultaría complejo explicar cómo he llegado hasta aquí sin un contexto claro. Así que, voy a referir los precedentes, procurando no explayarme más de lo realmente necesario. Según parece, en preescolar pasé varios meses sin hablar y mis padres tuvieron que llevarme al logopeda. Volví a comunicarme de forma oral por mí mismo y se concluyó que era un niño vago y demasiado tranquilo. Sin embargo, me vi envuelto en bastantes problemas con los demás niños y con las maestras. Decían de mí que era violento. Recuerdo muy bien sufrir, sin que nadie me atendiera hasta que no iba mi madre a recogerme. A ella le instaron que me fuera a otro colegio. En el siguiente colegio hice amigos y al principio era muy feliz, sobre todo porque pasaba mi tiempo escribiendo. En primero de primaria enseñé una obra de teatro sobre la protección del medioambiente, la cual gustó a los de sexto, que quisieron representarla. En tercero promoví la creación de los «vigilantes de las plantas» durante los recreos y algunos compañeros se unieron, pero con el paso de los días se fueron metiendo conmigo y fue entonces cuando me enfrenté a mi primera época de acoso. En cuarto la situación se volvió insostenible. Me cantaban burlándose de mí y me empujaban por las escaleras. El maestro de Educación Física me puso en evidencia ante toda la clase y todos comenzaron a insultarme hasta que les grité jurando que me iría de ese colegio. Y así fue, me volvieron a cambiar de colegio porque ya no aguantaba más. De la rabia que acumulaba, me fui ese año sacando las mejores notas. En el último colegio no se presentaron muchos momentos difíciles y dos cuentos míos fueron premiados en un concurso de la escuela, pero sospecho que fue ahí donde recurrí por primera vez al enmascaramiento, ya que me vi forzado a aceptar y a ser partícipe de las costumbres implícitas del resto. Me volví un experto en las convenciones que yo considero propias de la sociopatía. Era eso, sobrevivir, someterme. Llegaría lo peor en el instituto y se cumplen diez años de los sucesos que aún hoy me condicionan la vida. Aquello me marcó un antes y un después. Sólo fue un curso, pero bastó para que siguiera siempre conviviendo con el miedo. Cinco chicos, tal vez alguno más, con edades comprendidas entre los quince y los diecisiete años, se encargaron de mí. Fui víctima de acoso escolar, aunque no de manera reconocida ni por los profesores ni por los compañeros, que eran testigos de lo que me hacían, ni por el director, a quien me dirigí mostrándole mi mochila con una flema. Me quitaban y me rompían las cosas para luego tirármelas durante las clases o fuera. Me acorralaban en los pasillos para pincharme y golpearme, teniendo que mentir sobre cómo aparecieron las heridas para no alarmar a mi familia. Me perseguían hasta mi casa, pese a que intentara ingeniármelas para perderlos de vista. Les daba lo mismo que dos o tres de ellos fueran expulsados algunos días por otros motivos, siempre había alguien. De lo anterior no recuerdo apenas nada, pero lo suficiente como para convencerme hace menos de un año de que sí fui realmente una víctima, me hicieron creer que no lo era. Que no había pasado nada y que tocaba madurar. Pasar página es bien fácil decirlo cuando, llegando a final de curso, no te acusan la tutora y la orientadora, ante toda la clase, de comprar amistades. A mí me extorsionaron para que les diera dinero, que robaba a escondidas a mi familia, con la promesa de que me dejaran en paz, algo que obviamente incumplieron. Resulta paradójico que mi tutora, tras haber citado a mi madre por esto último, supusiera en broma que yo tuviera Asperger, pero que era imposible dado que ni sacaba buenas notas ni era inteligente. También asumo que mi memoria crea recuerdos inventados que surgen a partir de las pesadillas recurrentes de estos últimos meses, no lo oculto. No sé por qué. Con frecuencia, me veo inconsciente en los baños del instituto o escondido en el armario de un aula cuando hay bestias andando a la caza. Y soy consciente de que le estoy dedicando muchas líneas a lo pasado ese año. Precisamente, lo hago para no callarme. Por las veces que olvidé y sufrí en silencio sin poder esclarecerlo. Porque nadie pagó más que yo, arrastrando, por ello, año tras año el sentimiento de culpabilidad. Lo que vino tras ese curso no fue mejor. Ya no hubo más maltrato físico ni persecuciones, pero me iba perdiendo a mí mismo. La envidia me hizo apropiarme de personalidades ajenas, aparentar lo que no era en busca de respeto. Ansiaba ser inteligente, rubio, disciplinado y carismático. Llegué a ser una réplica grotesca de aquel muchacho a quien le sonreía la suerte. ¿Me valió la pena? ¿Acaso con aquello conseguiría defender mi dignidad? Sin embargo, una parte de mí siguió sin dejarse caer, promoviendo iniciativas de posible interés común que finalmente no salían adelante o se las atribuían otros, lo que alimentaba de forma incesante mi frustración. A eso se juntaría mi apatía por estudiar y la vergüenza de los escándalos en los que me involucraba. No sabía dónde me metía, qué estaba haciendo. No se me podía tomar en serio. Todo eso se quedó en blanco con el tiempo. Lo que sí era cierto eran las burlas de mis compañeros y el desprecio de los profesores, a algunos de los cuales defraudé. La orientadora me dijo en cuarto que lo más propicio era que dejara los estudios, ya que en bachillerato perdería el tiempo. Y, efectivamente, así fue. Repetí el primer curso (ciencias) al desentenderme por completo de los estudios, cambiándome de modalidad al año siguiente, comenzando el curso con la ludopatía, especialmente con los «rascas», lo que trajo consigo una intensa disputa en casa. Pero cuando más se hundió mi autoestima fue el día en que, en primero, se nos hizo un examen inicial de inglés para separarnos en tres grupos de niveles diferentes y yo, que me encontraba con un intenso resfriado, no fui capaz de ponerme con ningún ejercicio, por lo que me dejaron en el bajo, donde la profesora nos trataba como inútiles. Me saqué el título y la selectividad no gracias al supuesto mérito, sino al confinamiento.
En la universidad he seguido con lo mismo. He caído en lo más bajo una y otra vez, sintiéndome destrozado ante el rechazo por más que quisiera tener amigos. Iba de crisis en crisis, con cambios de carrera para procurar rehacer mi vida. De Historia iba a irme a Filología Hispánica, pero antes debía aprobar cinco asignaturas para no tener que devolver la beca de ese año. Tras un examen de preguntas de extensión breve que me llevó unas tres horas, sacando una puntuación de sobresaliente, una profesora me dijo que tal vez tuviera problemas que me afectaran en los estudios y me aconsejó que me viera algún psicólogo, pero me sentó mal, ya que, por prejuicio, pensaba que me estaba llamando disminuido. Me afectaba demasiado cualquier cosa que me dijeran. En Filología Hispánica comencé a obsesionarme con una chica, que era de altas capacidades y le encantaba el teatro tanto como a mí, de hecho, era actriz, y hacía lo que fuera por que llegara a ser mi amiga, proponiéndole crear un grupo de teatro universitario. Fui muy lejos y estuve fuera de mí. Llegó a sentirse acosada y a partir de ahí me derrumbé. Tras eso, fui copiando su personalidad con la intención de reconstruirme. Se juntaron varios acontecimientos y muchos pensamientos al mismo tiempo y perdí definitivamente el rumbo.
Ese verano de 2022 me llamaron para trabajar en una heladería muy cerca de la playa. Como un año antes había estado de camarero en un chiringuito del que me echaron al quinto día, no quise hacerme ilusiones y mi objetivo consistía en ir día a día sin presionarme con consumar los dos meses que hube apalabrado con el jefe. Medio mes de haber comenzado, él se había percatado de que en mi currículum mentía. Y era eso, que después del ensayo y error no tenía otra que emplear cualquier artimaña para salir adelante. En una zona donde lo único que toca es sostener una bandeja repleta atendiendo las groserías de no pocos clientes o meterse en el campo de sol a sol a recoger mangos desde un barranco espinoso y sin protección. No me despidieron porque nos encontrábamos a mediados de verano y no daba tiempo a enseñar a otra persona la dinámica del trabajo. Así, tuve que continuar soportando todas las humillaciones y el estrés de estar ahí todos los días durante, al menos, diez horas. Mis compañeros de trabajo me afeaban que no tuviera vida social cuando les contestaba que no tenía energía para ir con ellos, después de la jornada, a un festival de madrugada en la playa. Insinuaban que me escaqueaba en las horas de máximo ajetreo cuando en realidad estaba en pleno colapso. Si no me metía en el baño, estallaba contra todo el mundo. Al llegar septiembre, cometí uno de los dos errores más graves de todos y fue el de escribir una carta de disculpa a mi jefe por mis reacciones. El otro fue destinar el dinero que conseguí a un curso de oposiciones a agente de medioambiente que abandoné a la semana siguiente. En octubre del mismo año, a raíz de un episodio crítico, me aparté de todo y me aislé de cualquier interacción social. No podía hacer vida normal. Sin poder costearme una terapia en un servicio privado de psicología, recurrí al Servicio de Atención Psicológica de la universidad. Ahí, luego de varias complicaciones en el proceso, se concluyó con que tenía una mala imagen de mí mismo, con serios problemas de autoestima y una gran desconfianza en general, por lo que se me recomendó una valoración psiquiátrica y, a raíz de algunos indicios, ir a otros servicios para un posible diagnóstico de autismo, algo que rechacé rotundamente en un principio. Por motivos de intimidad, no accedí a la valoración psiquiátrica, pero sí me dispuse a presentarme en varios sitios para el proceso diagnóstico, aunque de manera torpe debido a mi situación económica. Fue entonces cuando obtuve un informe de evaluación básica de TEA de una psiquiatra privada en mayo del pasado año, con el que este curso me han podido hacer un informe de adaptaciones. Recientemente, en enero, decidí volver a solicitar ayuda, pero a un psicólogo privado, ya que en el SAP no atienden casos de autismo ni de ninguna otra neurodivergencia, pese a anunciar en su portal de servicios que «ofrece atención psicológica a toda la comunidad universitaria». Con el psicólogo se estaban viendo señales de depresión, ansiedad, TEPT y TDAH, pero no he podido estar más sesiones con él al agravarse aún más mi situación económica. Asimismo, estoy a la espera de que me atiendan en Salud Mental de la Seguridad Social para que me realicen el diagnóstico. ¿Te ha ayudado a ti y/o tu familia el encontrar información online sobre neurodivergencias?
En casa está muy presente el discurso capacitista y cuerdista, quizá por desconocimiento, y se rehúye de los «rollos psicológicos». Mi familia no sabe nada sobre mi diagnóstico ni acerca de mis últimos momentos críticos.
Aprovecho para contar que en la tarde-noche del 10 de octubre de 2022 mi familia recibió una llamada de la policía tras haber escrito por la mañana en Twitter que al día siguiente iba a poner fin a todo. Parece ser que unas compañeras de la carrera se enteraron y estuvieron intentando ponerse en contacto conmigo, pero yo estaba a solas en mi habitación y tenía el móvil apagado. Mis padres creían que estaba estudiando. Lo que hice llegado ese momento fue fingir con que seguramente era todo un malentendido y que debía ser asunto de otro chico de la clase. Actué con tal naturalidad que enseguida mis padres y mi hermana se calmaron. Tras eso, no me atreví a seguir con lo planeado. Tampoco sabe mi familia que no continúo en Filología Hispánica, haciéndole creer que estoy en tercero. Empleo la mentira de manera constante, es un mecanismo de defensa luego de tantos episodios de incomprensión, suspicacia, menosprecio y dolor. Y sí, hay amor, pero eso no va a reparar todo lo ocurrido. Ya se perdieron todas las ocasiones para confiar, teniendo que ocultar en mi habitación lo que soy, y es por eso por lo que, en la medida de lo posible, evito exponerme a ella, si bien es cierto que procuro dar de mi parte para que el ambiente en casa sea lo más soportable, no falta el cachondeo. Cuando a lo largo de este último año me disponía a pedir ayuda, parte de quienes me han atendido no aceptan que no cuente con mi familia ante mi situación. Desde el SAP de mi universidad, mediante un informe que me enviaron, textualmente me lo han echado en cara. No está bien visto que un joven no pida ayuda a su familia por mucho que se intente justificar lo que hay detrás de una decisión, que, ojo, no ha sido fruto de una pataleta. Está, pienso yo, muy normalizada la dependencia emocional paterna y más en las cuestiones burocráticas. No pretendo con esto abrir una contienda intergeneracional, sino expresar que no todas las vivencias personales tienen los mismos problemas ni, con ello, las mismas salidas. Ha de haber un mínimo respeto y no juzgar a la ligera, menos aún cuestionar la historia que cada cual lleva encima. Por lo que se refiere a mí, sí me ha servido de mucho encontrar información sobre todo tipo de neurodivergencias. Y como otra gente que ha compartido su testimonio, sí he sido plenamente consciente de qué forma me diferenciaba de lo más común, digamos. En ciertos aspectos, ya no me enmascaro tanto. En casa es desgraciadamente lo contrario por lo que he comentado, pero me permito estar mucho más tiempo en mi habitación para no estar tan expuesto. Desde niño, he estado presenciando la vida desde fuera, como un espectador, aturdido. Y ahora todo va cobrando sentido. Cierto es que conocer mi condición ha hecho que descubra los mecanismos que empleo sin darme cuenta, como el que llamo «modo alarma» o la profunda sensibilidad ante catástrofes y masacres. Todo el proceso de aceptación me cuesta encauzarlo por las secuelas de lo sufrido en el instituto. Son muchas heridas que todavía no han cicatrizado y a menudo considero el suicidio como el remedio más factible y sé que es una idea que me acompañará mientras viva, lo cual no quiere decir que tenga previsto cometerlo. Es la etapa de mayor laceración y quién sabe si saldré en algún momento. Alguien creerá que hubiera sido más sensato contenerse de mostrar desgracias y aguardar a tiempos, en cierto modo, serenos. En cambio, mi propósito con esto es ser fiel al momento presente y contemplar la adversidad a la que estoy sometido. No ocultarla, no hacerla extraña. Ahora estoy intentando afrontar las consecuencias del trance del curso pasado. Un castigo por ser presa de otro. Y es que la administración no entiende de humanidad, le importa un bledo el dolor, sobre todo si es la que lo provoca, va con la lanzada. Tras no haber podido retomar el curso que estaba cursando en la EOI y el de la carrera anterior, he de devolver la beca que me fue concedida para la EOI (aún no me ha llegado la notificación) y pagar la matrícula de la universidad de este año. Es algo más de 1580€ lo que debo reunir. Para la cuestión del pago de la matrícula, a finales de diciembre solicité una ayuda de emergencia de la universidad y por ello me han pausado el pago de las mensualidades hasta que se resolviera la convocatoria. Lo que ocurre es que yo sé que me va a salir denegada porque en las bases se contempla que la ayuda me cubrirá la matrícula si los motivos que alego ocurren dentro de este presente curso, no del anterior. He recurrido a los trabajadores sociales de la universidad, a la técnica de atención a la discapacidad de mi universidad, al defensor universitario y al defensor del pueblo andaluz y nada. Asimismo, he estado mirando si había algún resquicio legal al que acogerme y no he encontrado nada viable. Tan sólo que, si tuviera reconocida la discapacidad por TEA (cuestión que está en proceso y es posible que se complique), existiría la posibilidad de que la secretaría de mi universidad me anulara el pago de la matrícula. Sin apenas fuerzas, no estoy consiguiendo dar con ningún trabajo y llevo unas semanas realmente duras en las que no estoy pudiendo seguir el ritmo del curso. No me es posible entregar los trabajos ni estudiar para los parciales, aparte de que tampoco dispongo de dinero para pagarme los desplazamientos a la facultad. Les he trasladado también esto a algunas de mis profesoras y me dicen que recurra a mi familia, pero si se llega a enterar de lo que me pasa, sé claramente lo que va a suceder y será crítico. Así que, la única opción que me queda es revender décimos de lotería. Lo intenté hace meses, pero me hundía de pura vergüenza por lo denigrante que es. Hay quien te mira por encima del hombro, que se compadece o te infantiliza. También los hay que creen que estás estafando o te amenazan con llamar a la policía si vuelves a pasarte por su establecimiento. Recibir un diagnóstico sí arroja algo de luz a la experiencia vital de cada cual, pero de poco sirve si te encuentras a la deriva. Si no tienes cuartos suficientes para el día a día. Si vives a cada instante con la incertidumbre. Si temes que pronto llegará a tu buzón una carta de reclutamiento para una guerra, para matar a iguales bajo unos intereses criminales. Si te ves indefenso ante la violencia, prisionero de una vida en crisis. ¿Qué recomendarías a otras personas que estén atravesando una situación similar a la que tú pasaste antes de recibir tu diagnóstico de autismo?
Que aunque no tengan a nadie que esté a su lado, que les comprenda, hablen consigo mismas. Que discutan, se cuestionen y lloren todo lo que necesiten ante lo que les supondría el hecho de saber que son autistas. Que el miedo al «¿qué dirán?» es pasajero. Que sepan que no están solas a partir de este derrotero
Y, ¿una vez recibido el diagnóstico?
El diagnóstico costará asimilarlo o no, depende del caso.
Si es lo primero, lo que me ha ayudado a aceptarlo es tener en cuenta la experiencia de otras personas. Y concretamente, en algunos momentos me ha reconfortado escribir sobre cómo he afrontado y afronto el devenir de los días, sirviéndome del contenido de elementos fantásticos como algo innato. Para quienes arrastran la congoja que supone la culpabilidad, lo que puede valer es pensar en que lo llegaste a hacer no fue malintencionado, que todo tiene su porqué. Si te sientes culpable por ser objeto del rechazo continuo. Si las circunstancias escapan a tu control. Si no te sientes capaz de crear algo por el miedo al fracaso o a la equivocación. Sea lo que sea por lo que te sientas condicionado por ese sentimiento, que sepas que siempre se presentan oportunidades para dejar atrás esa carga, siéntete libre de hacerlo cuando lo creas necesario. Puede que estos consejos no sirvan de mucho, pues mi experiencia es la que es y me encuentro aprendiendo. Así que, no me voy a arriesgar contando más, pero sí me ofrezco a escuchar a quien sea que necesite algo de apoyo. Me encanta ayudar y acompañar. ¿Qué te gustaría conseguir compartiendo tu testimonio?
Que se manifieste que nadie es prescindible, que las voces de los que siempre fueron ignorados sean escuchadas. Pese a lo evidente de esto, me pongo a recordar y una tutora del instituto, a raíz de un ataque de ansiedad, pretendió calmarme convenciéndome de que nadie es imprescindible, máxima que veo reflejada de manera reiterada cuando, a quienes no encajamos en el paradigma social de los de siempre, se nos margina. Tras esto, se aprecia el individualismo, el responsabilizar a los inadaptados, a los perdidos y olvidados, de nuestros infortunios porque nos lo hemos buscado. Y ya, para concluir, cuando las ventanas a la esperanza permanecen cerradas, nos corresponde a nosotros abrirlas.
¿Crees que la difusión de contenido y desarrollo de este tipo de proyectos es importante para promover la neurodiversidad y el bienestar socioemocional de personas neurodivergentes? ¿Por qué?
Por supuesto, no quepa duda alguna. Es seriamente preocupante que se sigan alimentando los estereotipos y estas iniciativas enseñan lo que hay más allá de lo que es el autismo, el TDAH y otras discapacidades que son invisibles por los ojos de aquellos que nos reprenden por nuestras necesidades. Muestran lo que tenemos que afrontar, así como también permitirnos compartir un espacio seguro en el que sentirnos más cerca. Aún desconozco mucho, ya que acabo de llegar, pero merece la pena ser parte de esto tan grande.
¿Quieres compartir tu experiencia como persona neurodivergente, familiar o profesional? Contáctanos a través del formulario de contacto o en redes sociales. Recuerda, juntos podemos crear una sociedad más neuroinclusiva.
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AutoraRocío Manzanera Archivos
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